La aurora de Nueva York: Inmersión en su neblina.
Por Javier Vega Gómez. 4.3
Lorca/Morente
Libro: Poeta en Nueva York
Disco: Omega
Letra: F. G. Lorca
Música: E. Morente
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno,
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
a veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados,
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre
La lectura de este poema, o su audición en la adaptación de Enrique Morente, nos envuelve en un irremediable halo de pesimismo. Lorca en este poema se hace testigo de una situación de infelicidad, y Morente con su voz desgarrada confirma que tal situación aún impera, casi un siglo después de que este poema fuera escrito. Por tanto, al elegir esta canción, me sumerjo en la niebla que el poema invoca y, ciego y perdido, tanteo las aristas afiladas de la realidad.
Lorca le niega la luz a la aurora, yo extiendo sus sombras por el cielo, como un angelote maldito. Pobre el cielo que pide luz a las estrellas y nosotros, tan desesperadamente humanos, se lo negamos a golpe de luz sucia, la que desprenden nuestras ciudades. Maldita la contaminación lumínica, malditas las columnas de cieno que sostienen, que son estructura, esencia, podrida de la manzana con gusano y el árbol tumbado sobre el suelo.
Loca entra en la escena de Nueva York engalanado, con sus vestes de efebo ingenuo. Sus pupilas se sienten perforadas por el perfil obtuso de la multitud neoyorquina. Conoce el llanto, pero no el llanto desesperado de aquellos que sin llorar andan cabizbajos y embutidos en sus trajes con corbata. Tal desesperación es extraña para el andaluz de principios de siglo, sabe del dolor, del “quejío” que atormenta el corazón del gitano, pero no entiende el gesto quebrado de aquel que se despeña en el abismo de su interior.
Lorca llega a Nueva Cork y en su alma se necrosa la esperanza. Y con razón, porque el tumor que inundó las páginas de “Poeta en Nueva York”, a lo largo del Siglo XX se ha extendido, y hoy ocupa todo Occidente. Lorca descubrió el progreso en Nueva york y le vio las fauces a la razón, ángel calcinado y calcinador del siglo XX.
Lorca escribiendo este poema, y todo el libro de Poeta en Nueva York, hace un doble ejercicio. En primer lugar encuentra las sombras que nos aterrarán en el futuro, ahora presente, he aquí el ejercicio proyectivo o predictivo de su obra. Y en segundo lugar nos muestra las sombras que proyectan la luz de la razón, realizando así un ejercicio de destrucción de las imágenes que se alzan como estandartes de la esperanza (la aurora, la infancia, la luz, las palomas, las aguas).
Como he ido señalando, las luces que Lorca apagó en su momento nos ciegan ahora con su oscuridad. Podemos ir desgranando una a una las imágenes que de sus versos se desprenden, y con ellas aterrizar en la realidad. Así descubriremos si estamos ante un reflejo o si por el contrario estamos ante una neblina distorsionadota, que nos inunda de un pesimismo inadecuado.
Con la destrucción de imágenes que invocarían a la esperanza Lorca nos muestra el hastío que invade el corazón de gran parte de la sociedad del momento. La crisis de las utopías. La perspectiva de cambio se vuelve una ilusión ficticia, cuando no peligrosa. El siglo XX ha sido prolijo en la implantación de utopías que se han tornado draconianas. Las aguas limpias en Lorca siempre fueron la metáfora de un estado de libertad, en este poema, sin embargo, se encuentran podridas. La aurora se convierte en un fenómeno que, con su belleza, se vuelve irrelevante ya que “nadie la recibe en su boca”, la aurora como metáfora de un futuro mejor se vuelve ocaso “porque ya no hay mañana ni esperanza posible”.
Las palomas que representan la paz se tiznan de negro y se arremolinan en un huracán. Aquí Lorca nos da cuenta de la paz ficticia que representa nuestro actual estado de calma. La paz se convierte en pasividad, en inmovilismo. Se vuelve negra y a su vez en una violencia que se manifiesta en derivas o bien exteriores, las guerras en la periferia del sistema capitalista, o bien interiores pero marginales, casos por ejemplo de violencia callejera. Por ello las palomas del poema Lorca no sostienen una rama de olivo, sino que “chapotean las aguas podridas”. Ni tampoco son pájaros dóciles de calmo vuelo, son pájaros en bandada que asemejan el irrumpir furioso del huracán.
Lorca siente a largo de toda su obra una gran ilusión por la infancia y la juventud. Veía en ella el gesto tierno del presente y la esperanza de un futuro mejor. Pero en este poema tal concepción queda horadada por las monedas que se arremolinan “en enjambres furiosos”. Esta metáfora es bastante significativa. En primer lugar refleja el estado actual de la educación, con el cual se logra la configuración de un individuo que consume. Las monedas se instalan en nuestro interior y nos exteriorizan en un ser que se realiza mediante el gasto. Dime qué gastas y te diré quien eres. En segundo lugar nos muestra el lado perverso del capitalismo en su configuración como sistema-mundial. Esta metáfora de Lorca invoca al niño que se muere de hambre, o al niño que porta un fusil, o al niño que ha perdido a su madre… en definitiva el capitalismo es de “los que beben en el banco de lágrimas de niña muerta” (Danza de la muerte, Poeta en Nueva York). Y en tercer lugar la imagen nos remite a la situación actual de la juventud. Una juventud con la esperanza taladrada y devorada, una juventud que se encuentra abandonada ante un estado de incertidumbre e inseguridad.
Lorca contrasta la hermosura de la aurora con la naturaleza arquitectónica de la ciudad. Haciendo de ésta un conjunto de aristas en las que la belleza queda en ruinas. La ciudad representa un tipo de vida urbano. Lo urbano queda representado en Lorca como un territorio sombrío, invadido por la carcoma de la prisa. Un territorio en el cual el individuo se despeña por las “inmensas escaleras”. La angustia se dibuja en el desorden de la multitud que inunda las calles, y recordemos que, como decía Baudelaire, una multitud es un conjunto de soledades. La aurora queda desubicada cuando alumbra a la ciudad. Y el individuo queda desnaturalizado ante el tipo de vida urbana. Esta imagen queda representada en Lorca pero con ella podemos descender, por ejemplo, al metro, y comprendemos que es un reflejo de la realidad.
Y en último lugar el poema hace mención a la ciencia, a su necesidad de anclaje en una concepción ética de la vida. Es necesario que la ciencia deje de ser un “impúdico reto de ciencia sin raíces”, para así lavarle la cara al progreso y mostrarnos los avances de la ciencia como lo que deberían ser: un medio que logre la felicidad del individuo. Y no un avance descontrolado que tienda más al desfase y a la destrucción de lo obsoleto que hacia la construcción. Me recuerda el verso a la famosa frase, de autor francés, que ahora no recuerdo, que decía que la ciencia sin conciencia es la ruina del alma.
Como vemos Lorca resulta ser un buen testigo de la realidad social actual. Por tanto su poema, y su libro Poeta en Nueva York, son un buen prisma para observar la realidad. Añadir que su belleza es también un buen reclamo para acudir a él. Y no olvidar la adaptación musical que Enrique Morente ha hecho. Su voz añade el tono de desesperación que hace del conjunto una espesa neblina que nos inunda con su pesimismo.
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